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Foto del escritorTIMELESS.

PASEANTERUFUS | INTRUSISMO.

Actualizado: 5 oct


Lo que viene siendo.

Llegué a la vida usurpando espacio y tiempo a los que allí vivían.

¿Cuánta gente ha muerto entre aquellos que estaban vivos cuando yo nací? Robo su papel, por efímero que sea, y por grandilocuente que yo lo crea.

Toda mi vida he ocupado espacios que no me pertenecían, toda mi vida me he autoinvitado en clubs a los que nadie me había llamado. Siempre he practicado la apropiación cultural. Siempre he sido un intruso, un intruso de la vida, un impostor. Es imposible ser uno mismo sin ser los demás, por oposición o mimetismo.

Siempre, con colaboradores institucionalizados y necesarios, me he apropiado de la lectoescritura, del alfabeto, de la numeración árabe, de la matemática y aritmética, de las modas, los modales y las maneras; la maniera occidental.

Quienes acusan a los demás de intrusos realizan un análisis biológico de la sociedad, muy propio de evolucionistas decimonónicos de tintes xenófobos.

A modo de glóbulos blancos que persiguen intrusos, fagocitamos para destruir a todo aquel que es considerado un diferente por recién llegado. Instintivamente protegemos lo que nos pertenece, ese conservadurismo que crece como una chepa con los años, único juez que nos permite acumular, y por lo tanto, conservar.

El prejuicio al extraño, por tanto, es instintivo. De primeras estamos programados para distinguir la diferencia de la norma, de la misma manera que estamos preparados genéticamente para discriminar la amenaza del todo.

El problema es qué hacemos con esa capacidad para discriminar. Discriminar en sí no es ni bueno ni malo, no tiene valor moral. Sus consecuencias sí.

Discriminar, al considerado intruso por ejemplo, solo significa distinguir frente a los demás, elegir, preferir, ser capaz de analizar y percibir la diferencia.

Ahora, una cosa es que sepamos que algo es diferente, no negar la evidencia, y otra es otorgarle unas cualidades que impidan su libre desarrollo, o determinarlo a un rol concreto.

Al intruso se le menosprecia, hasta que alguien lo acepta como un igual. Estamos ante una jerarquización autocomplaciente, que se jacta de su poder, y en esta relación de superioridad nos aprovechamos de ella para obtener beneficio.

Nos convertimos en inquisidores, en instituciones normalizadoras que marcan quien puede y quien no.

Somos la Academia riéndonos de la falta de perspectiva frente a los impresionistas, somos el ascua de la iglesia contra el hereje, somos la linea blanca en un bus de Alabama frente a Rosa Parks, somos el escarnio del abusón de la clase, somos el hambre del depredador frente a la presa, somos buitre que huele muerte, somos peor que nadie, somos lo que queda de humanidad cuando desaparece la persona, somos auctoritas de la nada, somos la vergüenza del que pudo ayudar y se escondió, somos dictadores de conciencias ajenas con la nuestra podrida, somos látigo elegante, castigo aceptado, somos el martillo gamado en la era de los cristales rotos, somos fascismo.

Somos fascismo, uniformamos al devoto adoctrinado al que le otorgamos la franquicia, mientras al excluido le cargamos con la culpa y con la obligación de pagar sus pecados, nuestros pecados, nuestras culpas, nuestros problemas.

Nos creemos superiores como si aborígenes culturales fuéramos, en una especie de cronocentrismo absurdo al considerarnos los herederos y dueños de una cultura de la que tan solo somos vehículos de transmisión.

Nos creemos público de un espectáculo teatral en el que realmente somos protagonistas de las causas y secundarios de los derechos.

No somos nadie para otorgar la capacidad a otro, nadie para permitir el acceso a nuestros supuestos privilegios inherentes.

Aquí, en el ahora, estaremos tan solo un segundo, pero parece complacernos el dejar nuestra huella, por muy perniciosa que está sea.​

 

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