Pablo Picasso: “No, la pintura no ha sido hecha para decorar las habitaciones. Es un instrumento de guerra ofensivo y defensivo contra el enemigo”.
Desde hace miles de años la humanidad ha sentido la necesidad de decorar los muros. El arte rupestre es la manifestación más antigua de pintura. Desde pequeños los niños parecen movidos por el instinto de reflejar su imaginario en las paredes de casa, puede que se deba a una etapa o una forma de experimentación, pero también tiene que ver con la creación de su identidad, no lo hacen sólo por diversión, entretenimiento o rebeldía.
El término 'grafiti' ha pasado de no usarse a popularizarse, de forma que a veces carece de significado o contenido, es tendencia y la moda es como el rey Midas, que todo lo que toca lo convierte en oro, pero esto tiene el peligro de saturarnos y quedarnos en lo superficial. La palabra 'graffiti', que proviene del plural de 'graffito' en italiano, significa literalmente “marca o inscripción hecha rascando o rayando un muro”. Aunque según la definición del Diccionario de la RAE, grafiti sería el “letrero o dibujo grabado o escrito en paredes u otras superficies resistentes, de carácter popular ocasional, sin trascendencia”. Como podemos ver, se da una definición peyorativa en la que no aparece la relación con el arte, ni tan siquiera por su técnica empleada.
Este concepto está un tanto denostado hoy día, ya que en ocasiones se aglutinan bajo el mismo paraguas conceptual muchas manifestaciones dispares. No todo lo que se ha pintado con un spray sobre un muro habría de considerarse grafiti, al menos no en su significación artística, y tampoco siempre ha de corresponderse con lo artístico.
En el sentido artístico, es una forma de expresión pictórica a través de la pintura, que nace a finales de los años sesenta con un carácter único ya que es libre; se puede hacer por el deseo de pintar, por demostrar una caligrafía o un estilo, para marcar una presencia, por vandalismo, etc.
Históricamente su origen se remonta a la ciudad de Nueva York, en torno a las tendencias musicales del Rap y el Hip-Hop, aunque también sociológicamente se ha relacionado con una función territorial, los miembros de bandas marcaban sus terrenos y los chicos del barrio escribían para sus amigos o sus enemigos.
Taki183, un joven de Manhattan que trabajaba de mensajero viajando en metro por diferentes distritos de la ciudad, escribía su nombre por todas partes, trenes, estaciones, etc. Podríamos considerarlo el primer grafitero documentado ya que en 1971 un reportero le siguió la pista y le entrevistó. El resultado fue un artículo en el New York Times y un boom de personas que emulando a taki183 empezaron a hacer “tags”, de relativa sencillez, en todos los lugares del Bronx, Brooklyn y Manhattan, entre otros.
En la década de los ochenta empiezan a verse por toda Europa. Muchos teóricos lo enmarcan también en torno a las revueltas de mayo del 68. En Madrid, por ejemplo, hunde sus raíces en el punk y la movida madrileña en el contexto de los primeros años de democracia.
Juan Carlos Argüello, quien firmaba como “Muelle” es uno de los más conocidos. Su firma es muy reconocible, con el pseudónimo y una flecha en forma de muelle. Hace poco le han dedicado una calle en Madrid, en el barrio de Campamento donde residió, reivindicando su figura como la de uno de los primeros grafiteros más icónicos del país. También se ha creado una plataforma que solicita que se incluya su obra en el registro de Bienes de Interés Cultural del Patrimonio Español, obligándose de esta forma a cuidarlo y conservarlo.
Ya existen precedentes en esta consideración: “Madonna con niño”, un grafiti de Blek le Rat, en Leipzig, ha sido restaurado y declarado patrimonio cultural.
Por su parte, el británico Banksy es pionero en colgar sus obras en museos e introducirlas en el mercado del arte.
Los grafitis artísticos comparten en gran parte unas determinadas técnicas, lenguajes, ideologías, a pesar de la diferenciación de estilos y libertad artística o creativa; son los nuevos referentes de una sociedad que no cree dócilmente en políticas o instituciones. Tienen unas fuentes en común: el cómic, la fotografía, los medios de comunicación y la publicidad. ¿Qué hay más publicitario que un muro pintado? Con el arte del grafiti se hace más clara la máxima de Marshall McLuhan “el medio es el mensaje”.
Desde la cultura visual asistimos al cuestionamiento de la originalidad y la autenticidad en la era de la reproductibilidad técnica, algo que ya auguró Walter Benjamin. Es quizá una de las manifestaciones artísticas que más pone de relieve la relación original - copia, palabra e imagen.
En una sociedad en plena era tecnológica, en la que vivimos en el mundo de la imagen, estas manifestaciones pueden llegar a adquirir un gran valor expresivo y comunicativo. La imagen es un lenguaje universal y en muchas ocasiones refleja el pensamiento de una sociedad o un colectivo. Podríamos entender el grafiti como un nuevo catalizador de la sociedad ya que es una forma libre y tal vez anónima de manifestar opiniones.
La calle se convierte en museo improvisado de la contemporaneidad.
Arte urbano o “Street Art” representa una nueva sociedad con nuevas necesidades y nuevas formas.
Paul Valery, en Piezas sobre Arte, decía que cuando estamos en un museo siempre pensamos en el buen tiempo que hace fuera. El problema del museo es que las piezas están totalmente aisladas de su contexto original, el cubo blanco esteriliza la obra, la relega a la pasividad.
Los grafitis acostumbraban a ser vistos como como un acto vandálico, pero con el tiempo se han considerado como una nueva forma de expresión artística, con un lenguaje más o menos rico que va desde unas simples letras identificativas a grandes murales urbanos.
Se produce un elemento estético de choque entre lo viejo y lo nuevo, edificios en ruinas o abandonados y un arte de los más actual. Como resultado hay una estética extraña, algo así como la idea de Breton y Lautréamont del Surrealismo, como el encuentro fortuito de un paraguas y una máquina de coser en una mesa de disección.
Lleva aparejado el estar en la calle, en lo superficial, en lo que la gente no repara, en vez de estar en el museo o la galería. Es un arte ajeno a las galerías, excepto Banksy o Basquiat, normalmente es clandestino y lo opuesto al museo.
Es además un arte efímero, muchas veces se superponen unos a otros, pero también es un arte que modifica el panorama urbano en muy poco tiempo. El arte de la calle siempre tendrá ese sesgo de no ser “oficial”, al no valorarse en un museo – aunque hoy en día son muchos los artistas del grafiti que han conseguido entrar tanto en el mercado del arte como en el espacio de la galería y del museo – acompañado de sus problemas éticos siempre se ha visto como un arte conflictivo.
Es, por tanto, voluntariamente marginal, desde su nacimiento ya que normalmente estos artistas no se identificaban con los circuitos oficiales del arte. Serían como los rechazados de las Academia o Salones, que montaban su exposición independiente. Actúan al margen, interviniendo en el espacio urbano, cuyas normas y roles prohíben esta expresión pictórica, y como consecuencia es ilegal y rechazado socialmente.
Muchas veces son anónimos, aunque la mayoría de ellos están reivindicados a través de la firma, ya sea un “tag”, con el nombre, seudónimo o alter ego, o firmados por un “crew” o grupo de artistas.
Existe un rechazo social motivado en gran parte por el desconocimiento. Tendemos a verlo como un todo, mezclando garabatos, pintadas, grafitis más elaborados, ya que vivimos en la civilización de la prisa, de ir corriendo a todas partes, no nos detenemos a observar y en ocasiones encasillamos las cosas a un primer vistazo, sin adentrarnos más a analizarlo.
Son muy numerosas las manifestaciones urbanas con voluntad artística y cuyo lenguaje elaborado está más cerca de la pintura mural, el diseño gráfico o el arte Pop que del acto vandálico. No se puede negar que, pese a esto, y dependiendo de la legislación de cada país, comunidad o municipio, va a tener un componente ilegal que, por un lado, complica su aceptación y apreciación y por otro, su posible conservación o durabilidad.
Una primera impresión puede hacernos ver el conjunto de grafitis como un acto de vandalismo, que, según la definición de la RAE, en su segunda acepción supondría un “espíritu de destrucción que no respeta cosa alguna, sagrada ni profana”. Esto podría enlazar con ciertos usos: las firmas repetidas, tal vez por ego, lo que en su argot se denomina “bombardear”; pintar encima de algo o “tachar”, destrozar mobiliario urbano, etc.
Pero si profundizamos un poco más podemos hacer una distinción entre grafiti y pintada, por llamarlo de alguna forma. Con grafiti nos referimos a pintura mural, de gran calidad, muchas veces incluso de un hiperrealismo exacerbado, hecha con los medios propios del grafiti, principalmente el spray, y en el entorno urbano, con un fin comunicativo – ya sea de reivindicación social o política – y/o estético.
La consideración de vandalismo está justificada y amparada en la legislación. Normalmente forma parte de una normativa en torno a lo civil y la propiedad privada, pero en ocasiones, cuando por medio del grafiti se han dañado obras y monumentos históricos, entra en juego la legislación que protege el patrimonio.
Existen dos tipos: los que han sido realizados con autorización, que hoy en día son muchos; y los que se realizan sin permiso, estos en ocasiones han dañado obras de patrimonio artístico o zonas arqueológicas, lo que por un lado está castigado de forma penal, y por otro supone una lacra contra la que hay que luchar, ya que además de dañar el patrimonio y conllevar enormes gastos de restauración y limpieza, también daña la imagen frente al turismo.
Son muchos los argumentos contra el “Street Art”, ya sea por cuestiones de imagen, económicas, éticas, etc.
Está claro que existe un factor de transgresor al modificar el espacio público a pesar de las prohibiciones y las normativas. Y aunque sigue siendo considerado un acto vandálico por las autoridades cada vez surgen más iniciativas públicas para ceder espacios a artistas, a través de concursos, certámenes, ferias, talleres, etc. De esta forma se supone que es mejor una pintura de forma controlada y de calidad en lugar de dejar el muro vacío y a riesgo de ser pintado sin permiso, y que si presuponemos el respecto entre grafiteros, no será tapada o sustituida por ninguna otra.
En Mollet del Vallès, Barcelona, por ejemplo, existe un proyecto llamado “Murart” donde se realizan grafitis con permiso del ayuntamiento en diversos espacios de la ciudad, con el objetivo de incorporar la producción creativa del grafiti al ámbito sociocultural de la ciudad. Dase, Belin, Fert, etc, son algunos de los autores que podemos admirar a lo largo de las calles, túneles y puentes de la ciudad.
Por un lado, hay mucha crítica al grafiti como acto vandálico, sin embargo, estamos inmersos en la publicidad; paredes, carteles, pancartas, lonas que cubren edificios enteros, está por todas partes, pero como es lícito y genera dinero parece que no molesta, y a pesar de ser algo al margen de lo artístico en ocasiones han pasado a ser símbolos de civilización, por ejemplo, los carteles luminosos de Schweppes o Tío Pepe en Madrid, considerados ya como parte del patrimonio de la ciudad.
A este respecto Bansky dijo: “quien realmente desfigura nuestros barrios son las empresas que ponen eslóganes gigantes en los autobuses y en las fachadas de los edificios para hacernos sentir que no estamos a la altura si no compramos sus productos”.
De esta forma el grafiti se presta como forma de revitalizar el espacio público, muchas veces en espacios aislados, barrios marginales, sucios y grises, descuidados por la administración, en los que el grafiti contribuye a dignificar y llenar de vida las calles convirtiéndolas en galerías urbanas.
Es innegable que el grafiti bebe de fuentes artísticas y supone un retorno a la pintura mural, antes de convertirse en cuadros o pinturas portátiles. Es hijo de la pintura mural, del Pop Art, donde se puede apreciar una influencia en doble sentido en la obra de Andy Warhol, de Dadá por lo subversivo y del cómic y el mundo del diseño gráfico, al mezclar texto e imagen.
En un principio surgen artistas autodidactas, es un arte aprendido en la calle, pero hoy en día muchos de estos artistas tienen una amplia formación artística que les ha permitido el salto a la galería o museo. Este encuentro entre el arte académico y el grafiti es lo que se ha denominado postgrafiti, normalmente son profesionales formados que se dedican a diferentes profesiones relacionadas con la decoración, diseño de espacios, moda, publicidad, y tienen una actitud más respetuosa en torno a la urbe.
No deja de ser paradójico que cada vez haya más presencia del grafiti en los espacios oficiales del arte, ya que un primer momento surge como rebelión en la calle, al margen de los circuitos habituales del arte y al entrar en ellos corre el peligro de convertirse en un arte descafeinado. Como todo en el museo o la galería, el cubo blanco descontextualiza la obra y la arranca de su sentido y función originales.
Tal vez por ello Banksy instaló un mecanismo de autodestrucción en su obra “Niña con globo”, subastada en 2018 por un millón de libras en la casa de subastas londinense Sotheby’s. La noticia y el video con la obra haciéndose trizas por un triturador de papel instalado en el marco dio la vuelta al mundo, y su autor al día siguiente explicó la actuación en un video en su cuenta de Instagram que titulaba con una frase de Picasso, “la necesidad de destruir es también una necesidad creativa”.
En esta performance, Banksy, haciendo de las suyas, quizá no pretendía más que recordarnos que el arte del aerosol es un arte eminentemente rebelde y efímero.
CREDITS. BANKSY| BOA MISTURA| JOAN FONTCUBERTA | BARRIGA | SPZERO 76 | DASE | FERT | BELIN | MITE | MUELLE | BLEK LE RAT.